11 de febrero de 2018

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Necesitamos una escuela que sepa ofrecer a todos la posibilidad de exprimir del modo más adecuado la propia vocación, la propia inteligencia y los propios sentimientos.

En educación no existen las recetas elaboradas, porque educar es un mundo de amor y de imaginación.

En esta aventura, hay días soleados y espléndidos, pero también hay días nublados y difíciles.

Los niños no aprenden lo que les enseñamos, nos aprenden a nosotros. Los niños nos ven siempre, aunque pensemos que no están mirando. Son el eco más perfecto. En ocasiones sus respuestas no son inmediatas, aparecen con el tiempo...

Las emociones no son ni buenas ni malas, ni positivas ni negativas. Todas son necesarias e imprescindibles para la supervivencia.

Cada uno de nosotros, debemos buscar con todas nuestras fuerzas las potencialidades que tenemos (nuestro elemento).

En ocasiones, aunque sabemos que nuestros hijos son águilas, nos gusta "tenerlos en el corral", no vemos que pueden volar, porque nos sentimos más cómodos si no vuelan. 

Caerse, equivocarse, perder,... todo eso nos lleva a aprender. 

Se aprende más jugando que estudiando, haciendo que mirando, hablando y cantando que escuchando.

A los niños se les debe vigilar de lejos, sin que lo sepan. Es necesario, soltar, permitir, apartarse y esto no siempre es fácil.

Autonomía es sinónimo de valerse por sí mismo, no de actuar al antojo. Ser autónomo implica asumir responsabilidades: yo decido, pero mis decisiones tienen consecuencias de las que soy responsable.

Las exigencias deben ir siempre de la mano del reconocimiento de sus logros.

Los límites con los que educamos a nuestros hijos necesitan tiempo. Tiempo para ser explicados, para ser demostrados y para ser aprendidos y convertidos en hábitos. Siempre deben estar cargados de afectividad y amor incondicional. Ante el incumplimiento es importante manifestar el desacuerdo, pero dejar claro que este desacuerdo es con la conducta y no con la persona.

Sólo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: uno, raíces, otro, alas. Nuestros hijos necesitan sentir que les dedicamos EL TIEMPO necesario para crecer, que los escuchamos y los admiramos.

Para ser bueno en algo es importante ser diferente, único, genial. Nuestros niños lo son, lo son en su esencia, y su potencial es infinito.

Darles tiempo significa no darles las respuestas, significa permitirles buscar las preguntas. Supone mostrarles la situación y dejarles mancharse las manos de tierra, los ojos de lágrimas, los bolsillos de recuerdos, la cabeza de ideas y el corazón de emociones, para poder arriesgar en la construcción del propio yo.

Su creatividad es infinita, son capaces de soñar, de diseñar, de explorar, de "tunear" nuestros "No" para convertirlos en "Sí". 

Sólo se aprende, se crece y se evoluciona desde la curiosidad, la admiración y la seguridad.





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