12 de febrero de 2012

Confiar en uno mismo.

Nada mejor que un cuento para comenzar a dar vida a este proyecto...





    Todos los chicos estaban impacientes en la línea de salida. Cada uno de ellos albergaba la ilusión de ganar la carrera y, si no, la de al menos quedar en segundo lugar. Los padres, a ambos lados del camino, mandaban palabras estimulantes a sus hijos para animarles a que fueran los campeones. En realidad, aunque los chicos no eran plenamente conscientes de ello, había un premio mayor que ganar la propia carrera, el deseo de que sus padres se sintieran orgullosos de ellos.

    En el momento en el que el estridente silbato dio la señal de comienzo, los chicos empezaron con todas sus fuerzas a correr. En cada uno de ellos, el corazón latía con rapidez. Eran corazones llenos de ilusión, de energía y de confianza. Uno de los chicos que iba en cabeza, en un pequeño desnivel, perdió el paso y cayó de bruces contra el suelo. Algunos de los espectadores soltaron una carcajada, un sentimiento de vergüenza le invadió de forma tal, que en ese momento, sólo hubiera deseado desaparecer, que la tierra se lo tragara. Pero en ese momento, escuchó con claridad una voz que le decía: 

  • "¡Levántate y gana la carrera!" 

Se puso en pie y comenzó de nuevo a correr con toda su fuerza, poco a poco alcanzó a algunos corredores que iban en la cola, pero al llegar a una curva perdió el equilibrio y se estampó contra unos espectadores, desolado y sin voluntad para seguir, el joven se quedó sentado en el suelo y sollozando amargamente.
  • "He perdido la carrera y he hecho el ridículo más espantoso. Todo es inútil. Jamas volveré a participar en ninguna carrera".
  • "¡Levántate y sigue corriendo!" dijo de nuevo aquella voz. "Ganar no consiste en ser el primero en la carrera, sino el volverse a levantar".
    De nuevo el joven se levantó y una vez más, sacando fuerzas de donde no había, volvió a correr. Sus magulladuras y sus penas, apenas ya las sentía, para él ahora la carrera tenía un nuevo sentido. Triunfar ya no dependía de ganar la carrera, sino de mantener un compromiso, el compromiso de que, ganara o perdiera la carrera, al menos él no abandonaría.
   Tres veces más se cayó y tres veces más se levantó. Y cada vez que se levantaba corría como si él pudiera realmente ganar aquella carrera. Sus adversarios no eran ya los otros chicos, sino sus propias dudas. A la línea de meta llegó el vencedor entre grandes aplausos. Cabeza en alto, orgulloso, sin ninguna caída que lamentar. Pero cuando el joven que se había caído tantas veces cruzó la línea de meta, la multitud le dió a él la mayor de la ovaciones por haber sido capaz de acabar la carrera. Si tú hubieras estado allí, por la magnitud de los aplauso hubieras creído que para los presentes aquel chico había sido el verdadero ganador porque él había participado en la carrera más difícil, aquella que se corre contra la soledad y la desesperación.

    El joven se acercó a sus padres y, no encontró valor en lo que había hecho, les dijo:

  • "Lo siento, no lo he hecho nada bien".  
  • "Te equivocas, hijo, no creemos que unos padres puedan sentirse más orgullosos de un hijo. Para nosotros tú has ganado porque te has levantado todas las veces que has caído".



   Ahora, cuando yo me enfrento a la dificultad y cuando parece que no hay posibilidades de ganar, el recuerdo de aquel chico me ayuda en mi propia carrera. La vida es como una carrera con subidas y altibajos y todo lo que uno tiene que hacer para ganar es levantarse después de cada caída.
   La autoconfianza surge como consecuencia de tener la experiencia de haber superado retos y por lo tanto de saber que se tienen los conocimientos y las habilidades necesarias. Pero la autoconfianza también es consecuencia de: tomar decisiones y equivocarse, arriesgarse y perder, enfrentarse a un desafío y no resolverlo, ser vulnerable y sufrir, intentarlo y no lograrlo, probar algo diferente y ser criticado, ilusionarse y no ver cumplidas las ilusiones, responsabilizarse y no recibir por ello más.
   Y a pesar de ello comprender que se ha triunfado, porque lo más importante no es lo que nos sucede, sino el cómo respondemos frente a lo que nos sucede. Nuestra respuesta no depende de lo que objetivamente pueda parecer lógico o razonable, sino del sentido que estemos dispuestos a encontrar en aquello que nos ocurre.
Fuerte es sin duda aquel que no cae, pero más fuerte es aquel que cae y se levanta.



Mario Alonso Puig

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